Por Rayco Fernández / Fotos Estanis Núñez
«EL CHAMPAGNE ES QUE ME PARECE BIEN QUE SEA CARO, SI FUERA BARATO SERÍA ALCOHÓLICA
Suena el teléfono y al otro lado reconozco la voz de: «Vente al hotel y hablamos de champagne y de lo que quieras. Estoy en la habitación 1102». No es que sea un mitómano, pero que te invite una directora de cine de culto a una habitación de hotel no deja de impresionar un poco. Pillé una botella de Fleury BN y para allá que me fui.
Me la encontré con su espíritu y los restos de su cuerpo. Estaba pagando las consecuencias de un estreno cinematográfico celebrado la noche anterior, de esos de alfombra roja, con su catering de aquella manera y más cerveza que vino seguramente. Lo cierto es que, como era de esperar, es una fantástica conversadora, pero también una gran aficionada a la gastronomía y bastante asidua al champagne. Parece importarle un carajo que la vea despeinada y con heridas de guerra. Se tumba en la cama y se pone a hablar.
Entré al trapo porque me sentía algo violento en la habitación. En un principio, habíamos quedado en vernos en un bar de vinos. Quiero robarle poco tiempo, aunque no me hubiera importado haber pasado el día completo con ella, para qué negarlo.
¿Tiene algo que ver el vino con el mundo del cine? «Me pasa con el mundo del vino como con el del cine, me interesa cero. Mi acercamiento al vino es lúdico y por placer». Le pregunto entonces si existe en el cine esnobismo como con el vino a lo que responde: «Sí, claro, en el cine pasa todo el rato. Yo hago cine. Quiero contar historias. No me hagas teorizar porque me aburro».
Estanis Núñez ya está en la habitación. Corretea moviendo las cortinas, pensado en dónde ponerse y buscando la mejor luz y el mejor ángulo. De vez en cuando nos mira mientras sigue con su rutina en la pequeña habitación, como si hubiera muchísimas formas de fotografiarla.
¿Y el champagne por qué? «En mi casa se toma cava los domingos, aunque es cierto que nunca me ha dado mucho por beberlo. Hace algunos años trabajé para Codorníu, realizando campañas para Cordon Negro. Ellos compraron un champagne que se llama Henri Abalé, me llevaron a Reims y allí tuve una revelación», lo cuenta con cara de entusiasmo. «Mi primera copa de champagne bueno fue como “¡Qué puta maravilla es esta!”, ese punto de alegría inmediata que me provoca no lo consigue ningún otro vino». Y yo me la tengo que imaginar en Reims mientras me cuenta todo esto acostada en la cama, como si fuera su terapeuta.
«El champagne me da ganas de beber más champagne y del mismo modo me pasa con el
cine, ver un fotograma de Wong Kar-wai me da ganas de hacer cine». Me cuenta que considera al champagne peligroso: «Te tomas dos botellas y se va todo a la mierda», pero yo pienso que a partir de la segunda botella todo va a mejor. Además, no duda en resaltar algunos de los vintage de Krug y realiza un alegato repentino sobre el valor y precio con el que suspira: «Es que me parece bien que sea caro, si fuera barato sería alcohólica».
No todo puede ser champagne. Hablamos entonces de los vinos de Jerez y afirma que no le van mucho y, por supuesto, le pregunto por cómo se come en los rodajes a lo que añade: «No me importa comer mal durante un rodaje, muchas veces no como, es la guerra». Está claro que, hablando de comida entre dos aficionados a la gastronomía, terminaríamos rememorando las típicas experiencias personales en torno a lamentables ocasiones culinarias.
«Una de las peores experiencias gastronómicas de mi vida fue durante un rodaje en el norte de Noruega. Estábamos a dieciocho grados bajo cero y todo lo que nos traían para comer era horrible». Isabel recuerda ese rodaje como el peor y añade que en la vida ya tiene claro lo que le gusta: «Es verdad que soy aventurera, pero a mi lo nórdico no me va, ni los arenques, ni el musgo. De pequeña me comía la tierra de las macetas y no tengo un buen recuerdo de aquello». Además, explica que en los rodajes no soporta comer ni bacalao, ni ajo, del mismo modo que nunca bebe mientras trabaja.
Me da reparo porque desconozco si los artistas solo quieren hablar de su último trabajo, pero era inevitable que acabáramos mencionando Foodie love. «Hoy me han llamado de una productora francesa para hacer una adaptación y me ha hecho hasta ilusión». Me hace dudar, pues juraría que estaba la puerta abierta a una segunda temporada: «Terminó tan bien. No me gusta eso
«El champagne me da ganas de beber más champagne y del mismo modo me pasa con el cine»

«Lo que más me gusta es mojar aceitunas rellenas en Coca-Cola. ¿Sabes lo qué es la mezclilla esa? ¿A qué no lo habías escuchado? Somos unos pocos elegidos»
de exprimir y me da miedo que no salga igual». Sé que se ha configurado su propia guía de templos gastronómicos con barras de ramen, bares tradicionales con bravas y vermut de grifo, varios sitios de cócteles e incluso algún que otro restaurante estrellado. Lo cierto es que a ella le debo algún que otro descubrimiento, como el curioso Melrose Dumpling House, un bar de autoservicio con un único cocinero, el genial Masa, vestido de cowboy, porque adora los wés-
terns, y al que deben ir si andan por Barcelona. Foodie love es una serie donde la gastronomía, el amor, el sexo y el descubrimiento de dos personas son la base de su hilo conductor. Además, Isabel no duda en aclarar que el personaje femenino de la serie le recuerda mucho a ella misma. Teniendo en cuenta esto, manifiesto mi curiosidad sobre algún otro erotizante que consuma a parte del champagne: «El zumo de Juzo»,afirma.
Isabel es catalana y al mencionar el clásico vermut de rigor aclara que para ella el aperitivo es totalmente antifoodie. No sé qué dice, pero continúa: «Lo que más me gusta es mojar aceitunas rellenas en Coca-Cola. ¿Sabes lo qué es la mezclilla esa? ¿A qué no lo habías escuchado? Somos unos pocos elegidos». La verdad es que no y esto no me lo vi venir.
Al hablar de Coca-Cola nos pregunta, al mismo tiempo que se incorpora con cara de habérsele ocurrido una historia increíble para rodar: «¿Me sentará bien una? Tengo la boca seca». Ha suspendido todos los compromisos laborales que
tenía durante la jornada y en el fondo sabe que necesita más de un día para recuperarse. Pero finalmente aborta la misión del ir al minibar y seguimos hablando de restaurantes y cocina.
«Cocino cuando puedo y tengo tiempo para ir al mercado. Puedo elegir los productos, hasta ahí sencillo, pero no me hagas seguir una receta. Los arroces sí que se me dan mejor». Continúa charlando sobre gustos con seguridad y, también, sobre guías de vino. No trata de imponer nada y mi opinión no parece importarle, pero es que la de un crítico especializado tampoco: «¿Quién es ese Parker?». Supongo que le pasara igual con los del cine.
Llegados a este punto le recuerdo un video doméstico que me mandó hace algunos años. En este se podía apreciar a un grupo de amigos en torno a una mesa en una terraza. Paellera en el centro, vasos y copas. Conversaciones cruzadas que apenas dejaban entender nada y, al final, una pícara Rosa María Sardá con una copa de vino blanco de El Hierro.
Acabamos hablando de compartir y me puntualiza que el cine tiene diferencias si lo comparamos con el consumo de vino. «El cine es una cosa solitaria. Uno tiene que estar en la película. No es tanto de compartir, aunque compartas sala con más personas», aclara y es que, sin embargo, beber todo el rato solo sería de alcohólico.
Empezamos a recoger mientras Isabel va a refrescarse al baño. Veo en su cama El hombre que quería ser amado de Georges Kiejman. Nos despedimos de ella y nos dirigimos al ascensor de ese hotel tan anormal de Callao, ya me había advertido de que era muy raro. Estanis anda lamentándose porque querría haber hecho alguna que otra fotografía más, pero consideró que habría sido ya un abuso. Yo le oigo pero no le escucho. Voy pensando en que quizás sí que soy un mitómano, lo que me faltaba para la cri- sis de los cuarenta.
Isabel Coixet. Una disfrutona del champagne y la buena mesa. Por lo visto hace cine.